La anterior iba a ser mi última libreta, pero no soy capaz de resistirme a la idea de seguir contando lo que ronda por mi cabeza. Aunque el día de mañana no sirva para nada, ahora mismo, me está sirviendo a mí.
Estoy en una cafetería, uno de mis lugares favoritos para escribir. La gente, el ruido de cucharas y tazas. La leche calentándose, los golpes para quitar los pozos del café. Me relaja. Siempre ha sido así. Hoy voy a hacer el esfuerzo de no levantar la mirada, de no analizar todo lo que pasa a mi alrededor. No necesito el radar encendido, no necesito asegurarme de estar segura. Lo estoy.
Ayer me liberé, o eso creo, el cuerpo aún me sigue temblando. Tenía el texto escrito desde hacía más de una semana. Tenía muy claro lo que iba a hacer nada más comenzar el año. Yo pienso que he necesitado una semana para hacerme a la idea. La realidad: he necesitado toda la vida.
Abrir una caja de Pandora tiene lo que tiene, que se liberan todos los males del mundo. Una la abre con la intención de liberar el suyo propio, pero al final, resulta que hay muchos ligados a él.
Ponerle nombre y apellidos no solo ha hecho que me quite un peso de encima, sino que cada uno ha ocupado su lugar. Como dije ayer: nosotras las víctimas, ellos los depredadores.
Escribir todo esto me sobrecoge, me emociona. A ratos no sé si soy capaz de seguir escribiendo. Pero quiero, es lo que más quiero. Dejar escrito todo este nuevo orden y seguir, aunque ello se lleve varios meses de mi vida. Ana siempre dice que el día que me siente todo va a salir a borbotones. Creo que cuando me paralizo es porque me da miedo aquello de lo que estoy hablando. El miedo siempre me ha paralizado hasta que esa quietud, que era de todo menos quietud, me comía por dentro y terminaba lanzándome al vacío de la manera que fuera. A veces, haciéndome más daño del que ya sufría.
He pensado muchas veces en volver atrás. Revisar cada una de las páginas que contienen mis diarios y comenzar desde ahí. Ahora no tiene demasiado sentido. La mayor parte de la realidad que en aquellos momentos creía, no tenía nada que ver con la realidad.
Tengo la sensación de haber entrado en duelo. En ese que una llora hasta quedarse sin lágrimas porque una parte de tí misma ha muerto en el camino. Creo sinceramente que eso es exactamente lo que he hecho. Matarla, pero esta vez con todo mi amor, con mi comprensión y con todo el cariño que le he podido regalar en todo el proceso.
Me encantaría saber tomarme unos días de vacaciones. Como cuando estaba en India caminando por sus calles. Supongo que es una de esas cosas que me toca volver a aprender. O mejor dicho, de recordar, porque no es que no sepa hacerlo, es simplemente que me cuesta. Mucho.
Pienso en mi padre, no dejo de pensar en él, en todo ese sufrimiento que se llevó a la tumba. Creo que a él lo he liberado también y aunque no esté aquí, se que me hubiera apoyado en todas mis decisiones. Siempre lo hizo, aunque tuviera que reciclarse mentalmente, siempre lo hizo. Recuerdo una de nuestras últimas conversaciones ya en la UCI donde me decía que a mí, me quedaba un pasito más. A ratos me pregunto si él sabía que este era mi paso. A ratos quiero creer que sí. Era un viejo sabio, siempre lo fue.